Cuando la realidad supera la ficción; en México hemos pasado del asombro y enojo a acostumbrarnos a los actos de corrupción
La realidad desvanece la esperanza, algo que caracterizó a López Obrador durante sus longevas campañas electorales fueron sus promesas de acabar con la corrupción, luego de 3 etapas como aspirante presidencial su discurso fue el mismo, buscando marcar diferencia respecto a los políticos en el poder.
Sin embargo, hoy sus palabras están muy alejadas de la realidad, estando en el ejercicio de poder como presidente ha dejado mucho que desear en materia de ley y justicia, utilizando un discurso diario sumamente ambiguo y poco serio, empleando una estrategia de estigmatización tergiversando los hechos, dejando sin cabida la neutralidad del ejecutivo federal; esto puede ser una especie de boomerang que permea en su imagen y pulveriza el poco respeto y credibilidad que la sociedad mexicana siente respecto a las instituciones que imparten justicia.
En días pasados hemos sido testigos de otro episodio más de la convulsa política mexicana, luego de ser expuestos una serie de videos, donde los protagonistas recibían dinero en efectivo de dudosa procedencia; persiste la tolerancia y el juego ridículo de querer juzgar con sus propios criterios por parte del presidente. Más allá de que sean sus familiares, colaboradores cercanos u oponentes políticos, es vergonzoso el hecho que el gobierno utilice los actos de corrupción como “señuelo” para las elecciones del próximo año, en vez de actuar y proceder conforme a la ley.
En esencia, muchos de los planteamientos del presidente de la República responden efectivamente a las expectativas ciudadanas y al sentir de un pueblo que tradicionalmente y desde hace mucho tiempo, no ha tenido acceso a la justicia; sin embargo, el problema está en definir los medios para resolver estos graves problemas, respetando la ley y no dando soluciones que pasan por encima de ella. El gobierno debe entender que las soluciones de hoy crean precedentes para mañana.
Cuando se prometen resultados inmediatos, apenas se logre el triunfo electoral, se está violando el tiempo y el proceder de las instituciones, acudiendo a la imperiosa necesidad de generar un cambio que pueda fungir como ungüento ante las severas llagas que dejo el sexenio pasado. Se construyen castillos en el aire, mismos que sí tienen un costo, pero no estructura; las políticas públicas en el país son dependientes de los procesos electorales, no existen planteamientos de acuerdo a la realidad.
Un mundo alterno; globalmente se suman diferentes elementos que hacen el ejercicio de política más integral y complejo, fenómenos que ocurren en latitudes lejanas, tarde o temprano impactan en nuestra órbita, algunos son inevitables, otros sorprendentes, pero siempre hay la posibilidad de analizar, prever y reaccionar a tiempo. Cuando se tiene conocimiento bien fundamentado de que un “nuevo fenómeno” se acerca, deberíamos suministrarnos de defensas para atacar o defendernos y evitar ser totalmente arrollados e incapaces de meter las manos.
La batalla mundial contra el COVID–19, ejemplifica lo qué es un fenómeno global y como ciertos gobiernos actúan como “islas”. Tal es el caso de México; aun contando con suficiente tiempo, no acató las medidas sanitarias suficientes, a pesar de tener como ejemplo lo acontecido en Asia y luego la catástrofe en Europa, se mantiene en la ignominia con las nefastas acciones de las autoridades.
Entre tanto, el maniqueísmo se ha institucionalizado y puesto en práctica de manera cotidiana, desde Palacio Nacional, utilizando descalificaciones y agravios como arma de ataque o defensa para encubrir o desviar la opinión respecto a los malos manejos de recursos públicos. En casi dos años de funciones del actual gobierno, se ha dejado, una vez más pasar el tiempo, sin realmente enfrentar con seriedad los problemas que ensombrecen al país.
Siguiendo con ese patón, se espera que el siguiente año de cara a los comicios electorales, el gobierno federal “apueste” al tiempo, sí, pero al tiempo pasado. Ofertando el póker de expresidentes y exhibiendo (aún sin consecuencias legales para ellos) ante el “pueblo ávido” de justicia, todos sus deplorables actos de corrupción e impunidad, con que tanto se les ha etiquetado; pero sin ofrecer ningún resultado como gobierno en turno. –es decir al no haber ningún resultado tangible ni plausible en el gobierno, este se encarga de culpar a otras administraciones del desastre actual-.
Hoy México vive con una marcada incertidumbre, el desconocimiento de lo que sucederá mañana es algo que carcome a un amplio número de mexicanos, al no ver políticas claras ni eficientes que coadyuven a solventar la brutal crisis económica que ya se percibe, entre tanto, el gobierno federal y varios locales, además del legislativo, siguen a beneplácito el molde arcaico dictaminado por el presidente, y su obstinada manera de gobernar como en los 60´s o 70´s, “sin oposición y absoluta disposición”.
Consecuentemente, este gobierno no ha dimensionado que al estigmatizar la ley frente a la ciudadanía y significarla como represora, está erosionando su propia autoridad moral para aplicarla en el futuro y esto puede convertirse en un boomerang. De no rectificarse este camino demagógico, pronto imperará en México la ley de la selva y esto significa la ley del más fuerte, la ley del poderoso, que se aprovechará de la gente vulnerable, o sea de los más pobres.
– ¿Con 4 años más de gobierno, López Obrador, aún tiempo para recomponer el camino y cumplir con los resultados prometidos, o será un sexenio de tiempo perdido para México?
JA. Sandoval